Testimonio: «Cuando uno es gordo, todos se sienten con el derecho de opinar, incluso los que alzan la voz contra la discriminación»
Fue cuando un profesor de manejo me preguntó si al gimnasio que yo iba era un gimnasio solo de “gorditos”, cuando me decidí a hacer el cambio. No fue fácil. Hacía un tiempo, algún doctor y me había indicado que la vía más fácil para adelgazar sería haciéndome una manga o un bypass. Pero fue muy rudo para decirlo y me sentí profundamente ofendida. Claro que ahora le encuentro razón, pero cuando se tiene obesidad y toda la vida le han machacado a una el hecho de ser gorda, la sensibilidad es superior a la de cualquier persona y todo comentario “bien intencionado” acerca de la apariencia, es una agresión tremenda.
Pero fue ese hecho puntual, el que me llenó de rabia y, por primera vez, no me deprimí por un comentario “maldito”, sino que me envalentonó a lo que sería mi operación.
Tomé la primera hora disponible de una nutrióloga amiga y que se especializaba en este tipo de “casos” y en dos semanas ya estaba entrando al quirófano. No me cuestioné n siquiera los precios ni la cobertura de la isapre. Fue como tirarse un chapuzón al agua fría, sin pensarlo dos veces.
Lo único que analicé fue hacerme manga o bypass. Pero no lo medité mucho. Luego de que la doctora me explicara que las tasas de personas que recuperan peso después de la operación era más alta en la manga gástrica, no tuve duda que lo mío era el bypass. Porque no pasaría dos veces por esto, pensé.
Fue tan rápida la decisión y la operación, que tengo borrado de mi mente casi todo lo que a la clínica respecta. No me acuerdo cuántos días estuve, ni si pasé hambre. Sólo sé que después de que desperté de la anestesia, tenía tanta sed, que quería morir. Pero sobreviví y ahora soy flaca.
¿Si me operaría de nuevo? ¡De todas maneras! Y mucho antes. Dejar de pensar todos los días en un plan maestro para adelgazar y dejar de escuchar los consejos de todo el mundo (gordos, flacos, feos, bonitos) acerca de cómo debería comer para adelgazar, no tiene precio. Y es que cuando uno es gordo, todos se sienten con el derecho de opinar (incluso los que alzan la voz contra la discriminación, pues muchas veces recibí críticas y hasta crudas burlas de gays, por tener más kilos de los que la sociedad está dispuesta a soportar. Pero esta inconsistencia de discurso da para un tema largo y aparte).
Definitivamente, operarme fue un renacimiento. Claro que quedé con el efecto dumping después de comer azúcar, pero no es tan terrible no comer dulces. Y eso que yo verdaderamente amo las cosas dulces. Sin embargo, caber dentro de un pantalón 38, no tiene precio.
Opérense y olvídense para siempre de sufrir pensando en que están gordos. Hoy, a cinco años de mi operación, tengo 40 kilos menos como cada dos o tres horas, he mantenido mi peso aún después de tener una guagua, el peso dejó de sr un tema, gasto menos plata en ropa y vivo tremendamente feliz.
¿Un mea culpa? No hice ejercicio físico después de la operación, por lo que quedé suelta (pero soy tan feliz, que ni eso me importa) y tampoco soy disciplinada en tomar las vitaminas que necesito, lo que me ha causado anemia y desnutrición. Ojo con esto.
Anónimo, 34 años.
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